“Trata de comprender la última palabra de lo que
dicen en las obras de arte los grandes artistas y verás a Dios allí dentro”
Vincent Van Gogh (1853-1890) “Naturaleza
muerta con Biblia” data de octubre
de 1885 y pertenece al Rijksmuseum de Ámsterdam...
El padre de Van Gogh, Theodorus Van Gogh, había sido un austero y
riguroso pastor protestante neerlandés que le proporcionó una educación severa
y formal, bastante incompatible con su carácter rebelde e inquieto. No es de
extrañar por tanto que mantuvieran fuertes desavenencias. Sin embargo, y como
ocurre con frecuencia con los misteriosos senderos del alma, el hijo se propuso
seguir los pasos de su padre y, entre los 23 y los 27 años, Vincent se
transformó en un fervoroso creyente de tradición metodista, se quiso formar
como teólogo y hasta fue enviado a un destino misionero entre mineros belgas
donde vivió en condiciones de extrema pobreza y precariedad. Allí pintó
innumerables dibujos de la vida cotidiana de las gentes más sencillas y
oprimidas, de vez en cuando se subía al púlpito, con determinación, a
pesar de su escasa capacidad oratoria y cultivaba su fe, una fe que a modo de
escudo le ayudaba a soportar lo que su alma no podía. Fanático en su
pensamiento, pasional, y a la vez un espíritu libre, inspiraba iguales dosis de
temor y desconcierto entre los suyos. Sus problemas mentales se agudizarían en
la recta final de su corta vida, a la que pondría fin suicidándose a los 37
años, muy deteriorada ya su salud mental posiblemente por un trastorno bipolar.
Vincent pintó este “bodegón” siete meses después de
la muerte de su padre. Pertenece todavía al período “oscuro” de su obra
pictórica, justo antes de pasar a vivir en Amberes, París y Arlés donde su
pintura daría un giro radical en el tratamiento del color y donde se
consagraría como el precursor del postimpresionismo. Justo en los últimos 5
años de su vida en los que tomó la determinación de ser pintor con todas las
consecuencias, pintando frenéticamente centenares de obras y llegando a exponer
apenas tres veces, en una especie de aceleración vital que acabaría por
destruirle. Esta obra es toda una metáfora del propio estado de su alma en
aquel momento y encierra un fuerte simbolismo que es necesario desentrañar.
Sumariamente: vemos una Biblia de gran tamaño ocupando casi la totalidad del
espacio abierta por el libro del profeta Isaías, un candelero con una vela
apagada, y en primer plano, abajo, un libro, mucho más humilde y desgastado,
cuyo nombre se adivina en la portada: se trata de la novela de 1884 “La Joia
de Vivre” de Émile Zola (1840-1903).
Elementos Visuales que componen el cuadro:
La vela:
apagada significa la vida extinguida de su propio padre, su vida y su cruz;
El
candelero iguala por sí mismo a dos libros desiguales: la Sagrada Escritura y
la novela de Zola; un libro que su padre Theodorus detestaba, vencedora quizás
en esta batalla literaria que opone, a la descripción del modelo de vida y
muerte que nos narra la página por la que está abierta la Biblia en Isaías 53,
la inquebrantable alegría de vivir de Pauline Quenu, la “desdichada”
protagonista de la novela naturalista de Zola.
Nunca sabremos si la Biblia quedó tal y como el
padre la leyó por última vez, abierta por el capítulo 53 del profeta Isaías o
si, como es lo más probable, Vincent Van Gogh opusiera deliberadamente el libro
devorado y manoseado de Zola a uno de los fragmentos mesiánicos más
descarnados, aquel que anuncia al siervo sufriente que vendrá a morir, cargando
todo el oprobio imaginable e inimaginable, para ver la luz sólo después de
entregarla vida. Quién sabe si alguna vez, el propio Vincent predicó sobre este
mismo texto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario