El regreso del hijo pródigo es un cuadro repleto de
simbolismos a través de los cuales Rembrandt quiere
aquí mostrar el poder y la ternura de Dios que perdona, acoge e ilumina a la
humanidad abatida y pecadora que acude al refugio de la gracia divina.
Frente a él la figura
del padre, inclinado levemente sobre su hijo, posando las manos sobre su
espalda. Las vestiduras del anciano están cubiertas por un manto rojo y por
debajo de éste asoman las mangas de una túnica de color ocre con reflejos de un
dorado verdoso que contrasta con los vestidos harapientos del joven.
La luz inunda el rostro del padre, que dirige la mirada hacia abajo resaltando la emotividad de la escena, aunque el núcleo de la misma reside, sin duda alguna en el gesto sencillo de sus manos, representadas de forma distinta. Así pues, la mano izquierda se apoya con firmeza y mayor vigor sobre el hombro del muchacho y la mano derecha lo hace con delicadeza.

Los rostros y las
miradas: Merece contemplarse con detenimiento el rostro del
Padre, que se muestra íntegro, y los rostros de los dos hermanos, que sólo
aparece en una de sus fases. La mirada del Padre aparece cansada, casi ciega,
pero llena de gozo y de emoción contenidas. La cara del hijo menor trasluce
anonadamiento y petición de perdón. El rostro del hermano mayor aparece
resignado, escéptico y juez. El hijo mayor, correctamente ataviado, surge en el
cuadro desde la distancia. Bajo la forma de un viejo patriarca judío, emerge
también un Dios maternal que recibe a su hijo en casa. El anciano se inclina sobre su hijo recién llegado y tocándole los hombros con las
manos, se puede apreciar, no sólo al padre que estrecha al hijo en sus brazos,
sino a la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo,
y le aprieta contra el vientre del que salió
La fuerza del
abrazo y de las manos del Padre: La centralidad del
cuadro, el abrazo del reencuentro entre el Padre y el hijo menor, emana
intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha y acerca
al hijo menor a su regazo y a su corazón y el hijo, harapiento y casi descalzo,
se deja acoger, abrazar y perdonar. El Padre impone con fuerza y con ternura
las manos sobre su hijo menor. Son manos que acogen, que envuelven, que sanan.
La mano izquierda, sobre el hombro del hijo, es fuerte y musculosa. Los dedos están
separados y cubren gran parte del hombro y de la espalda del hijo. Se nota
cierta presión, sobre todo en el pulgar. Esta mano no sólo toca, sino que
también sostiene con su fuerza. Es una mano de gran firmeza. La
derecha es fina, y suave. Los dedos están cerrados y son muy
elegantes. Se apoyan tiernamente sobre el hombro del hijo menor. Quiere
acariciar, mimar, consolar y confortar. Es la mano de una madre.
Los pies del joven reflejan la historia de un viaje
humillante: el pie izquierdo, fuera del calzado, muestra una cicatriz, al mismo
tiempo que la sandalia del pie derecho está rota. La ropa es vieja, de color
amarillento y marrón, está estropeada, y el personaje ha sido representado con
la cabeza rapada. Sin embargo, lleva ceñida a la cintura una pequeña
espada. El único signo de dignidad que le queda
Es el testimonio de su origen, el único vínculo que le queda de su historia, la
única realidad que todavía le une al Padre.
Su rostro no se advierte, pues el joven
lo hunde en las vestiduras paternas. No
quiere mostrar íntegro su rostro, sus intenciones -"Me pondré en camino y
le diré... ¡Padre, he pecado contra el cielo y contra ti!...Trátame como a uno
de tus jornaleros".
A la derecha del grupo anterior se sitúa el hermano
mayor. Existe un parecido entre éste y su
padre, tanto por la barba como por sus atuendos. Es un hombre alto, de postura
señorial y rígida, lo cual se acentúa con el fino bastón que sostiene entre sus
manos.
Su mirada aparece fría y distante, a diferencia de la del padre, que es tierna y acogedora. Nada tienen que ver tampoco sus manos con las de su progenitor: si el padre con sus manos extendidas da acogida al hermano menor, el recogimiento de las suyas insinúa un cierto rechazo. Cabe destacar también que se mantiene apartado de la escena principal, lo que corrobora que no parece ser un alejamiento sólo físico. Una tercera contraposición se podría establecer en la forma con que Rembrandt trata la luz que incide sobre su rostro y la que utiliza para iluminar el rostro del padre: la primera, es fría y estrecha; la segunda, cálida y amplia.
Su mirada aparece fría y distante, a diferencia de la del padre, que es tierna y acogedora. Nada tienen que ver tampoco sus manos con las de su progenitor: si el padre con sus manos extendidas da acogida al hermano menor, el recogimiento de las suyas insinúa un cierto rechazo. Cabe destacar también que se mantiene apartado de la escena principal, lo que corrobora que no parece ser un alejamiento sólo físico. Una tercera contraposición se podría establecer en la forma con que Rembrandt trata la luz que incide sobre su rostro y la que utiliza para iluminar el rostro del padre: la primera, es fría y estrecha; la segunda, cálida y amplia.
Completan tres personajes más, un hombre
sentado que se golpea en el pecho, posiblemente un administrador, y, en último
término un recaudador de impuestos al que tan sólo se le intuye el rostro,
totalmente ensombrecido y, por tanto, difuso. Por detrás una mujer. Estos
personajes son también testigos de los hechos que están teniendo lugar,
pero su papel es secundario. Rembrandt ha querido otorgar el protagonismo a las
otras tres figuras, que se agrupan originando dos centros (padre y hermano
menor a la izquierda, y hermano mayor a la derecha). Destaca ante el espectador
el espacio que se abre entre ambos grupos y que ocupa el centro de la
composición.
Consideraciones
sobre esta parábola.-
La mejor de las
parábolas: Es, sin duda, la bella y conocida de las parábolas del
Evangelio. Es quizás la que mejor expresa quién es Dios y cómo es el hombre. Se
encuentra en el capítulo 15, versículos 11-32, del Evangelio de San Lucas.
.-Los cuatro
símbolos que usa el Padre.
El anillo: Signo de
filiación, ahora reencuentro.
Las sandalias: Signo de la libertad recuperada. En la cultura
hebrea y antigua, los esclavos iban descalzos; los hombres libres, iban
calzados con sandalias.
El traje nuevo: Signo del
cambio y de la reconciliación. Imprescindible para una vida nueva y para la
fiesta que después llegará.
El sacrificio del mejor
novillo: Preanuncio del sacrificio del Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo y signo de la fiesta, a la que acompañarán la música y los
amigos. Son expresión de la fiesta de la reconciliación.
El
cuadro nos pone en evidencia acerca de
nuestra propia vida cristiana en clave de hijo menor -¡tantas idas y venidas!,
¡tanto buscarnos sólo a nosotros mismos, ¡tantas mediocridades y faltas!- y de
hijo mayor -el que todo lo sabe, el perfecto, el bien ataviado, el responsable,
el cumplidor, el irreprensible, el juez que también se busca sólo a sí mismo y está
lleno de soberbia escondida- que cada uno de nosotros podemos llevar encima y
ser. Nos llama y nos alienta a ser el Padre de la parábola, en el abrazo, en el perdón, en el amor, en la reconciliación plena y gozosa, sin pedir explicaciones, no exigir nada, sólo dando. El cuadro expresa el gozo inefable de la vuelta a casa, del regreso al hogar. ¡Yo soy casa de Dios! Todos y cada uno podemos ser mutuamente el Padre que acoge, perdona y ama.
Hola soy Camila de 2°, Leí el contenido del "Regreso del hijo prodigo"
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